el sufrimiento y la libertad

la clave está en Elegir

 

Detrás del sufrimiento, la libertad

El dolor es una parte innegociable de la existencia humana, una señal de que algo dentro de nosotros se ha movido, se ha transformado o se resiste a hacerlo. Es un aviso de que una experiencia nos ha atravesado con tal intensidad que nos obliga a detenernos y mirar hacia adentro. Sin embargo, el sufrimiento no es una consecuencia inevitable del dolor. El sufrimiento es una elección, aunque a menudo no seamos conscientes de haberla tomado. No sufrimos por lo que ocurre, sino por la narrativa que tejemos en torno a lo que ocurre. Nos aferramos a la idea de que la vida debería ser de otra manera, que el amor no debería terminar, que las pérdidas no deberían doler, que el cambio es una amenaza y no una oportunidad para evolucionar. Pero, ¿qué pasaría si nos atreviéramos a mirar detrás del sufrimiento?

Si lo hiciéramos, descubriríamos que cada angustia tiene una raíz más profunda: una creencia que hemos aprendido, heredado o fortalecido con el tiempo. Creemos que sin la presencia del otro no somos completos. Creemos que la estabilidad está en lo externo y no dentro de nosotros. Creemos que la felicidad es algo que se alcanza cuando las condiciones son favorables, cuando la vida nos sonríe, cuando todo encaja. Pero la vida, con su infinita sabiduría, nos pone delante de nosotros exactamente aquello que necesitamos ver para liberarnos de nuestras propias cadenas. Cuando nos duele soltar, es porque en algún lugar de nuestra mente creemos que poseemos lo que nunca nos ha pertenecido. Cuando nos sentimos desamparados, es porque hemos depositado nuestra seguridad en algo o alguien fuera de nosotros.

Si miramos con detenimiento, nos daremos cuenta de que el sufrimiento es, en su esencia, una resistencia. Nos duele el cambio porque queremos que las cosas permanezcan estáticas en un universo que es movimiento puro. Nos duele la pérdida porque olvidamos que nada es verdaderamente nuestro, ni siquiera nuestra identidad, que cambia y evoluciona a lo largo de los años. Nos duele la soledad porque hemos crecido creyendo que nuestra valía depende del otro y no de nuestra propia luz interior.

Pero hay una vía de escape a este laberinto mental: la observación consciente. Cuando en lugar de resistirnos, nos convertimos en testigos de nuestras emociones, sin juicio ni apego, algo dentro de nosotros comienza a aflojarse. Imagina que tus pensamientos y emociones son como un río. Si te sumerges en la corriente, te arrastrarán con su fuerza. Pero si te sientas en la orilla y los observas pasar, sin identificarlos como una verdad absoluta, sin tratar de detenerlos ni de aferrarte a ellos, poco a poco descubrirás que el agua sigue su curso sin necesidad de tu intervención.

“La clave está en elegir. Elegir soltar la identificación con el sufrimiento. Elegir observar en lugar de reaccionar. Elegir hacer aquello que nos haga sentir vivos, aquello que nos haga felices.”

Nuestro cerebro no fabrica pensamientos, simplemente los capta. Es una antena que se sintoniza con determinadas frecuencias según nuestro estado emocional. Si vibramos en el miedo, atraeremos pensamientos de escasez, de inseguridad, de duda. Si vibramos en la confianza, la mente se abre a nuevas perspectivas, a soluciones que antes parecían imposibles, a oportunidades que el temor nos impedía ver. Nuestra realidad es un espejo de nuestra vibración interna. La pregunta, entonces, no es por qué sufrimos, sino desde qué nivel de conciencia estamos observando nuestra propia vida.

¿Queremos seguir reaccionando mecánicamente, dejando que el sufrimiento nos gobierne? ¿O queremos elegir otra manera de estar en el mundo? La verdadera transformación no ocurre cuando evitamos el dolor, sino cuando aprendemos a relacionarnos con él desde la conciencia, sin miedo, sin lucha, sin identificación. Elegir la paz no significa evadir la realidad, sino trascender la necesidad de controlarlo todo. Significa soltar las expectativas que nos atan, mirar la vida con humildad y entrega, y confiar en que incluso en medio del caos, hay un orden superior que nos sostiene.

Porque detrás del sufrimiento siempre hay una puerta hacia la libertad. La libertad de soltar, de confiar, de vivir desde la plenitud en lugar de la carencia. La libertad de no necesitar que la vida sea de una determinada manera para poder ser felices. La libertad de recordar que todo lo que ocurre, incluso aquello que parece desmoronarnos, es parte de un plan mayor que nos invita a regresar a casa: a nuestra esencia más pura, donde el amor y la paz no dependen de nada ni de nadie, porque ya son parte de lo que somos.

 

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