La herida de la injusticia surge a menudo en la infancia, cuando los padres, con una actitud fría y autoritaria, imponen reglas que el niño percibe como injustas. Esta percepción no siempre se debe a la rigidez de los padres, sino a cómo el niño interpreta su comportamiento. Como resultado, el niño puede sentirse desvalorizado y no respetado en su auténtica esencia, creyendo que no recibe el aprecio o reconocimiento que merece.
Este sentimiento de injusticia puede activarse también cuando recibe más atención de la que considera justa. La herida emocional se manifiesta generalmente entre los cuatro y seis años, especialmente en relación con el progenitor del mismo sexo, aunque ambos pueden ser detonantes si se muestran autoritarios o distantes.
Las personas con esta herida anhelan proyectarse como llenas de vida y energía, manteniendo siempre una actitud positiva. Sin embargo, esta aspiración les impide disfrutar plenamente de los momentos de bienestar y crecimiento personal. Su vida debe estar en equilibrio; de lo contrario, sienten que algo está mal.
La autoexigencia y la necesidad de mantener un orden extremo son comportamientos comunes en quienes cargan esta herida. Vinculan la perfección con la justicia y se comparan constantemente con otros, lo que aumenta su sensación de injusticia consigo mismos. En el ámbito sexual, pueden tener dificultades para entregarse y sentir placer, aunque proyecten una apariencia sensual.
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